Share Post:

Cuando por primera vez me dijeron: «Bienvenida emprendedora», justo ahí me di cuenta en que me había convertido. Por supuesto que lo busqué, siempre, desde que empecé a trabajar, siempre intenté convertir mi trabajo en algo útil para la sociedad. Pero nunca me habían llamado así, por lo que fue un instante de mi vida donde todo ocurre lentamente, las palabras vuelven a sonar, los ojos se humedecen, el aliento se retiene, las imágenes se encienden y justo ahí se siente felicidad.

Pero para llegar a ese punto debí caminar, correr, detenerme y volver a caminar, en un camino difícil, el camino para convertirme en científica. Sumé horas de estudio, horas de reuniones, delegué, postergué, sume capacidades con otros investigadores, sume perseverancia y algo de suerte. No conozco a quien le haya ido bien sin caminar por este rumbo, así que no me diferencio del resto. Todas las historias de éxito que cuentan son como la mía, o sea, sin esfuerzo no se consigue nada. Pero cuidado, que por cada historia que lees de éxito, existen cientos que no se cuentan porque no llegan al destino planeado, con un factor común que sigue siendo el esfuerzo.

Lo que diferencia las historias de mi país de otras que resuenan por ahí, es que por ejemplo en Israel el 100% de lo que se investiga se transforma y se transfiere al ecosistema de emprendedores. En cambio, en mi país publicar tus descubrimientos sigue siendo el punto clave de un investigador y se encuentra desarticulada la trasferencia de conocimiento. Deberíamos cambiar nuestras mentes y pensar que todo lo que investigamos puede ser volcado al ecosistema emprendedor, y que ser científica es tu base, no es tu techo.

Quizá pueda dejar con mis investigaciones, valores útiles para la sociedad, quizá no todo lo que quisiera, pero el sabor de ese instante de felicidad me completa.

Mantente conectado

Mas blogs